Es una de las preguntas que me han hecho algunos de los chicos de Confirmación últimamente y creo que tienen mucha razón en pensarla. Para esto tenemos que recordar el comportamiento de la resiliencia del ser humano en la historia. Esta ha sido una historia basada en la supervivencia ante el hambre, la guerra y las enfermedades, incluso supervivencia de las mismas limitaciones, como decía ayer en su homilía de Jueves Santo el Padre Paul: “Del racismo y la intolerancia el ser humano en medio de las tragedias humanas ha forjado el carácter y se han buscado respuestas” y a veces no siempre las más acertadas, es por eso que estos días de encierro nos han llevado a la discusión, a la crítica, al pesimismo, pero también positivamente a la acción, a la reflexión, a la creatividad y a la comunicación directa con el creador sin mediación de terceros.
Hoy vemos como el Cristo de la pasión del Viernes Santo, es visto en muchas personas, combatiendo esta pandemia, los héroes con bata, los amigos que llaman, los voluntarios, que aunque hoy sienten el dolor de la enfermedad y el miedo ante la muerte, siguen adelante “IMPULSADOS” por el mismo Espíritu que llevo a Jesús al desierto. También lo vemos en las minorías que no tienen el lujo de dejar de trabajar, los indocumentados que viven aglomerados en un departamento y todos aquellos que sufren del racismo y la desigualdad del sistema, ellos son también ese Jesús sufriente.
La crisis ocasionada por el virus que produce el COVID-19 nos hace replantearnos todo: nuestra forma de vivir, nuestra respuesta ante el dolor y el fin de la vida. Se trata de una situación límite que debe ayudarnos a pensar. Desde un punto de vista de reflexión personal, la pregunta por Dios se plantea con más fuerza: ¿Dónde estaba Dios durante todas las pandemias que han antecedido a esta? ¿Dónde estaba Dios en Auschwitz? ¿Dónde está ahora? Sin embargo, esta pregunta parte de una concepción de un Dios todopoderoso, glorioso, motor del cosmos y esa no es la concepción del Dios en quien Jesús creía. Por todo esto, la pregunta está mal planteada. La pregunta más acertada es: ¿Cómo nos acompaña el Dios de Jesús en esta Pandemia?
El Dios que Jesús predicó caminaba con él, comía y bebía con él, lloraba con él y, finalmente, murió con él en la cruz. Dios no evita el mal ni el sufrimiento porque no es él quien lo provoca, sino nosotros/as. Inclusive en los desastres naturales, que no siempre son tan "naturales", nuestra sociedad deja de lado a los vulnerables y son ellos los primeros en ser tocados por la desgracia. Pues bien, para los/as cristianos/as, Dios está sufriendo con quienes sufren, acompañando en la soledad, alentando a quienes luchan y dan su vida por otros. En ese momento cuando las críticas se vuelven contra ti, cuando los amigos te abandonan, Dios revela su cruz y su corona de rey no es gloriosa, sino compasiva.
El relato de "la Pasión" de Jesús en el evangelio de Juan es extensísimo, es una meditación paso a paso más que una fría narración de los hechos. (Ya todos la hemos leído, y si no, los invito a que hoy lo hagan para una reflexión en familia)
El Cardenal M. Martini, nos hace replantearnos algo muy irónico en el Evangelio de Juan, porque aquel que parece ser juzgado es, en realidad, quien juzga a la humanidad:
"Jesús no reina dominando, extendiendo su influencia por medio de un poder de lo alto, sino que reina atrayendo. Haciendo resplandecer en sí mismo el amor de Dios por la humanidad desvalida, Jesús es capaz de atraer a sí a todo el que sepa leer el signo, a todo el que a través de la mediación de la cruz sepa leer su propia pobreza y desvalimiento -una situación completamente semejante a la del Hijo- la certeza de ser amado por Dios"
Cuando Pilato lo envía a crucificar, vemos que allí, en el suplicio de la muerte, donde Jesús cumple su "misión" de revelar a Dios: la realeza de Jesús se evidencia en su plena humanidad (eccehomo), Dios se manifiesta ahí donde no le vemos, en los lugares despreciados de la existencia, en los reveses de la historia. Para los cristianos/as Dios está más patente en las dificultades y es este el nuevo sentido que la cruz adquiere para nosotros/as. No es una exaltación del dolor sino una resignificación del sufrimiento: se trata de darle sentido, aunque no lo tenga o no parezca no tenerlo.
El mal de la enfermedad y de la muerte forma parte de nuestro mundo, es el punto de quiebre de la vida. Pero tiene sentido si se hemos llegado a hasta ahí en donación, en entrega. Dios muestra un rostro distinto del que nos han enseñado porque abraza a todos/as y padece con aquellos que han sido alcanzados por el dolor. Esta es la paradoja del cristianismo: Dios muere, sí, muere porque comparte todo con nosotros/as, pero también porque, a partir de la muerte, otorga nueva vida. Cuando una "vida para..." termina, exhala su último aliento, es donde se realiza la Pascua plenamente, así como se realizó en Jesús crucificado.
El Viernes Santo de esta cuaresma, nos tienen que hacer reflexionar sobre tres cosas:
1.- Dios esta con nosotros, aunque no lo veamos, sufre con nosotros, pero nunca nos deja solos.
2.- La Cruz no debe de ser un “altar al dolor” debería representar nuestra limitación humana ante el dolor y debe de ser re-entendida como signo de resiliencia humana, porque la cruz no es el final, sino el camino en nuestras vidas en donde también vemos a ese ESPÍRITU que siempre nos IMPULSA a no quedarnos en el Suelo y a derrotar cualquier tipo de obstaculos.
3.- El que me ha visto a mí, ha visto al Padre ¿Tanto tiempo he estado con ustedes, y todavía no me conocen? Juan 14:9
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